Lo que me contó el Marakame .. (Notas del abuelito hikuri)
Me contó un día el Marakame Santos que sus niños comienzan a tomar la medicina del Híkuri desde muy pequeños. Eso me recordó al tío Melvin (hombre medicina de la nación Diné ó Navajo) quien contaba que a alguno de sus hijos le dio, al nacer, la medicina del Híkuri como primer alimento.
El Híkuri es el Peyote sagrado. Un cactus que crece en desiertos de Norteamérica. Los guardianes de esta medicina ancestral, en México, son los wixáricas. Cada año peregrinan hacia sus lugares sagrados para recolectarla y después, curar con ella.
Antes lo hacían andando, ahora ya rentan camiones para llegar hasta Wirikuta, el hogar del Venado Azul. Este es el nombre wixárica del desierto cercano a Real de Catorce, Estación Catorce o Wadley, sitios mundialmente conocidos por el turismo que busca un encuentro con el peyote.
Lejos de estas expediciones quizás movidas por la curiosidad, el deseo de sumar una nueva vivencia o incluso la fiesta y el «alucín», caminan los huicholes con huaraches polvorientos, empujados por el viento y sus corazones. Están seguros de que sus abuelos los miran gustosos.
Conectados a sus ancestros, los wixáricas de hoy continúan la antigua tradición de recolectar el corazón del venado y llevarlo hasta lugares inimaginables.
No sólo lo usan para ellos mismos, en sus comunidades escondidas entre cúspides y bruma. Lo portan con orgullo y humildad a sitios varios de México, otros países de América y hasta he conocido a Marakames que lo han llevado a Europa y África.
«Tatewari (el abuelo fuego) les dijo a nuestros abuelitos que ya era hora de compartir«, nos dijo una vez Santos. Y con este consejo emprendieron un nuevo caminar. Entonces, los trajes bordados y sus morrales coloridos salieron de la sierra. Empezaron a sembrar la curación fuera de sus hogares.
Cuentan que cuando peregrinan a Wirikuta hacen algunos rituales (bastante intensos, a nuestro «juicio») Si te invitan a peregrinar con ellos como «teiwari» (mestizo) debes hacerlo durante cuatro años y, en caso de tenerla, permanecer con la misma pareja sentimental con la que estabas al peregrinar por primera vez .
Hacen ejercicios fascinantes para derrocar el miedo y la razón: dejan de llamar las cosas por el nombre ordinario y comienzan un juego-reto de llamar a todo diferente. Lo que antes era el sol ahora es llamado la flor; el peyote, perro; el venado, cielo… por ejemplo.
Al cabo de unos días hablan únicamente con este nuevo lenguaje tejido al calor de sus pasos y entre risas, aprenden a traspasar esta limitante de la mente: el lenguaje. Que es, sin duda, un invento fantástico para comunicarnos, pero transgredirlo nos enseña que es también una muralla racional; una gama de etiquetas que sólo nombra la cáscara del objeto, que nos aleja de su esencia, que califica y juzga entidades que simplemente son.
Parece ya un concierto de sinsentidos que nos hace ver lo accesorio que es usar tal o cual palabra; ellas cambian y la esencia del sujeto sigue ahí. La comunicación se hace presente desde nuestro espíritu, ya no desde la mente.
Durante este andar, una noche se sientan en círculo con el Abuelo Fuego como su principal testigo y ante él, se confiesan. Hablan de todo lo ocurrido ese año pues antes de entrar al desierto sagrado y tomar la medicina es necesario estar limpio. Es muy común que en esta reunión salgan temas como infidelidades o traiciones.
Lo dicen frente al fuego pues él es el primero. El primer chamán, el Marakame, el curandero, el Abuelo, el Padre. El que todo lo puede transformar, el único que puede transmutar esta energía y quemar lo irreal para limpiar. El que les da la noticia para actuar, el camino hacia el perdón.
Y así toman de nuevo sus morrales, de día y de noche siguen sus pisadas. Cansados del viaje continúan ya con el corazón alegre, dispuestos a entrar a Wirikuta limpios y entonces contactar con la medicina del Venado Azul…
(continuará…)
El Abuelo Hikuri -Kasiopea