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El Primer Vuelo

La mujer chamán, El primer vuelo.

El sabor de aquel brebaje era férreo, arenoso, de un olor fuerte y sabor amargo. La joven tragó con dificultad, notando cada pequeño grumo que se desplazaba a través de su garganta. Devolvió el cuenco al chamán, este la ayudó a tumbarse sobre una pila de pieles de conejo, cubiertas con otra de lobo.

Su estómago notó un golpe, sus ojos se nublaron lentamente. Mareada, intentó observar a las personas que la rodeaban. Los chamanes se habían sentado a su alrededor, habiéndose unido el más joven al grupo, eran cuatro en total. El primero de todos era un hombre maduro, de pelo entrecano, ojos verdes y de una constitución oronda, tan oronda que sus pieles se ajustaban con más de tres tiras de piel alrededor de su cintura. Los dientes de su collar indicaban el espíritu al que servía: el oso. A su lado había una mujer anciana de cabellos largos y enredados, llenos de semillas talladas engarzando la mitad de sus mechones. Su cara estaba marcada por círculos irregulares que recordaban a uno de los grandes felinos del norte y, si se observaban las pieles de pantera blanca, a modo de pequeño vestido unido por hilos trenzados de tripas que portaba, entonces se confirmarían nuestras sospechas. El tercero y el cuarto chamán, aquél que la había ayudado a tumbarse, vestían ropajes ajados llenos de plumas oscuras y pardas cosidas alrededor del cuello, capucha y cintura: el águila era su guía.

Un grito en el cielo hizo que la vista de la joven se alzara perdiéndose entre las nubes, una rapaz surcaba el cielo de las Picosescalofriantes. Sus ojos observaban el horizonte, el cielo azul sobre su cabeza, notaba el calor del sol sobre sus plumas. Las nubes comenzaron a desaparecer conforme la corriente le hacía descender, la humedad que éstas dejaban pronto se desvanecería. Su corazón se encogió cuando la densa niebla desapareció, el bosque no era verde, las coníferas estaban casi desaparecidas y sus troncos descansaban bajo las faldas de las montañas. Aquellos árboles que estaban a la vista eran idénticos a los de Hoelbrak, esas hojas rosadas, ramas recurvadas… El ave descendió su vuelo hasta acercarse a un claro. Una figura caminaba lenta hundiendo sus pies en la nieve.

La joven miró al águila continuar su camino, ahora su consciencia volvía a ser suya. No notaba el frio en sus pies descalzos, ni aunque sólo una piel de lobo cubriera su cuerpo inmaduro. El Sol se reflejaba en la nieve, alzando la vista descubrió un cielo despejado sin nubes: claro, pues no había otra palabra para describirlo.

Miró hacia atrás observando las huellas que iba dejando a cada paso que daba. El paisaje le parecía diferente, los árboles impedían ver que había más allá, haciendo imposible conocer la dirección de cualquier punto cardinal; ni siquiera en los árboles estaba la señal natural del Norte, ninguno de ellos parecía poseer musgo en sus troncos, su madera parecía inquebrantable pese al paso del tiempo. Extrañamente, su corazón no palpitaba con fuerza ni su sangre se llenaba de adrenalina, su cuerpo no estaba en alerta, sino todo lo contrario, sentía paz y no podía explicar si era a causa del lugar o fruto del brebaje.

Siguió caminando lentamente, mientras sus ojos observaban con curiosidad el lugar. El viento parecía haberse marchado, no había olores que pudiera nombrar, todo estaba quieto, inmutable, en paz. El crujido de la nieve bajo sus pies, su corazón y su propia respiración rompían el silencio que reinaba. Se giró sobre sí misma, alzando nuevamente la vista al cielo, sabía que vendría a ella, no comprendía por qué el águila la había llevado allí, por qué se había marchado, pero sería paciente.

Los chamanes del águila comenzaron a mecerse lentamente, sus cánticos se entrelazaban fundiendo sus voces en una. La chamán pintaba símbolos sobre la frente de la joven, en sus muñecas, piernas y brazos; los grandes espíritus se vieron reflejados en su cuerpo mientras esbozaba la figura de la sierpe sobre uno de sus muslos. El último de ellos llamaba con su voz gutural a los espíritus, gritaba sus nombres uno por uno de aquellos que podían tener afinidad con la joven. Lanzó unas hierbas al fuego que hicieron que el humo se tornara púrpura y luego sangre, su voz se tornó un susurro perdiéndose entre los cánticos, que ahora tomaban fuerza. La chamán se acercó al resto y dibujó sobre sus frente el símbolo de su espíritu guía, esbozando sobre la suya propia los dientes de un felino. Cuando tomó asiento, los cuatro chamanes comenzaron a recitar antiguas palabras, poemas que hablan sobre las virtudes de los espíritus, la niebla, su hogar. El humo se alzaba sobre los árboles hacia el cielo, donde una luna llena iluminaba sus copas.

Un ruido le hizo volver la vista hacia uno de los árboles, entre la nieve pudo distinguir una figura que caminaba sobre cuatro patas, unos ojos con pupilas rasgadas, se movía en círculos rodeando la linde del bosque, sin dejarse ver del todo. El ramaje se movió a su espalda, bruscamente se giró para ver qué lo había provocado: una cornamenta se podía distinguir entre las ramas cubiertas de hojas rosadas de aquellos árboles, y un cuerpo pardo tras el fondo blanco de sus troncos. Siguió su recorrido, topándose con el majestuoso trote de un lobo alpino, de pelaje tan blanco como la misma nieve que cedía ante sus pisadas. A su derecha, una osa con sus oseznos caminaba lentamente siguiendo el círculo imaginario que les impedía traspasar la sombra de aquellos árboles. Más animales se unieron siguiendo aquel extraño baile. La joven los observaba, ¿Cuál es? ¿Dónde está el águila? ¿Es el lobo quien vendrá por mí? ¿La osa? ¿Aquel conejo?

Un graznido quebró aquel hipnótico baile, los animales miraron todos al centro alzando sus orejas, su cuerpo, o su nariz. La joven se giró y vió que en el centro del claro se encontraba aquel animal, negro como la oscuridad más infinita, posado sobre la rama de un árbol muerto, árbol que antes no se encontraba allí. Ella le miró al igual que él lo hacía con sus opacos ojos, apenas un brillo indicaba el movimiento de las órbitas. Caminó lentamente, intentando no espantar aquel animal, sus pasos eran cautos, sus ojos se desviaron hacia atrás para ver al resto de animales, ya no estaban. Un graznido le hizo volver, el ave sacudió sus alas y se movió rápidamente de un salto a una rama más baja.

Un tambor comenzó a sonar, la chaman lanzaba su muñeca sobre la piel de cerdo, marcando los latidos de un corazón, hasta convertirse en el ritmo del cántico.

La joven estaba a pocos pasos, alzó una mano al aire en dirección a él. Era un animal magnífico, sus ojos eran curiosos y llenos de vida pese a apenas verlos, parecía un animal inteligente. Movió su cabeza imitando sus movimientos mientras lentamente llegaba al pie del tronco de aquél árbol sin vida. De su boca nació una tímida melodía, un susurro dulce entre aquel silencio, una canción que no recordaba haber aprendido, una llamada que hizo al cuervo mirarla fijamente:

Grazna el cuervo, vela por ti.
Libre, libre el alma va,
a la niebla te guiará él… al morir.

Los cánticos de los chamanes fueron silenciados al alzar uno de ellos, el más joven de todos, una mano. Había visto cómo sus labios se movían y escucharon aquellas palabras, se miraron pues sabían que ocurriría después.

Con el final de aquella canción, el cuervo se posó sobre su mano explotando en una nube de plumas.

El ritmo del tambor comenzó a ser más intenso, los chamanes modularon sus voces susurrando al aire la melodía que había cantado ella. Ahora sabían cuál era su espíritu guía, conocían como llamarlo y atraerlo hasta allí.

Horrorizada, la apartó, pero notó como su piel le abrasaba, se observó la mano, comenzaron a aparecer pequeños puyones negros. Cayó sobre la nieve, notando su cuerpo temblar, vio cómo su piel comenzó a cubrirse de un manto de plumas negras. Luchaba contra ello, intentó arrancárselas pero era imposible, eso le dolía más.

Su cuerpo luchaba, temblaba agitándose sobre las pieles, convulsionando arítmicamente mientras las voces de los chamanes se elevaban en el aire.

No eran solo plumas, la piel de sus dedos se tornaba negra, sus uñas crecían como garras, no era una arquitectura natural para un norn. Sus pies se alargaron, notaba como alguno de sus dedos se fusionaban dolorosamente hasta tomar la apariencia de las garras de un cuervo, aquellas partes de su piel visible estaban llena de escamas. Sentía que se ahogaba, sus ojos se volvían al notar como un fuerte dolor en su cabeza la embargaba. Sus huesos se estiraban, sus músculos se fortalecían, aparecían largas plumas desde su porción sacra, su rostro se alargaba y endurecía. El dolor era insoportable, debía despertar, tenía que hacerlo…

Se irguió, notando su corazón palpitar en su pecho fuerte y rítmico, como el tambor que le había acompañado. Se había apoyado sobre sus palmas y respiraba con dificultad. Los chamanes la observaban atentos y en silencio, esperando su reacción, sus primeras palabras. La joven se frotó el cuello y se miró las manos, una pluma cayó de su frente, un pequeño plumón ligero que perseguía el viento en su movimiento. Al bajar la vista contuvo la respiración, a su alrededor se acumulaba el plumaje de un ave negra, el suyo propio en realidad. Su mirada cambió mientras tomaba una de ellas, estudiándola con curiosidad. Ya no sentía el dolor punzante, ni el ardor en su piel, se sentía plena y en paz. Ahora sabía cuál era su espíritu guía, había realizado su primer vuelo. Sonrió, ahora muchas eran sus preguntas ¿Por qué el cuervo había acudido en vez del águila? ¿Entonces, su primera visión no era la de su guía? ¿Por qué le guió hasta allí entonces? ¿Por qué el cuervo no le había hablado? le habían dicho miles de veces que los espíritus hablaban con aquellos a los que guiaban ¿por qué a ella no? ¿Qué debía hacer ahora?

Miró a su padre mientras sentía el roce de su mano sobre su rostro, le dió algo de beber que le supo a gloria en comparación al brebaje. Se sentía mareada y notaba su cuerpo débil. La joven abrió la boca para preguntar, pero el chamán negó mientras la conducía con sus manos de vuelta sobre las pieles. Estaba completamente sudada, sus pupilas dilatadas y la respiración agitada. Pasarían horas hasta que el efecto de las hierbas mermara.

Duerme Sigrid, hablaremos cuando despiertes – Hakon se quedó a su lado, esperando que su pequeña milana se durmiera, y no esperó demasiado, cuando le volvió a acariciar su dorada melena, Sigrid se había dejado llevar por un profundo y placentero sueño. Una sonrisa seguía dibujada en su rostro…


Crédito: Gammea. Foto: Tungus shaman wearing antlers, 17th century drawing.