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Xoloitzcuintli TOTEM

Xoloitzcuintli TOTEM

Xoloitzcuintle – TOTEM

Estos perros xolo, tenían relaciones muy especiales para los seres humanos, los pueblos mesoamericanos creían que estos ejemplares poseían poderes curativos, y que aliviarían los malestares causados por el asma y el reumatismo y los cólicos menstruales, para lo cual sólo bastaba dormir con un ejemplar –como si de una bolsa de agua caliente se tratase– ya que irradian un confortable calor corporal.

La creencia de estas cualidades está aunada con la concepción que los pueblos mesoamericanos tenían de los perros, relacionándolos con las deidades de la muerte y el inframundo; y también como ofrendas para atraer lluvias. Para los mexicas y toltecas, Xolotl era el Dios perro, gemelo de Quetzalcóatl, Dios de la estrella vespertina, del relámpago, del juego de pelota, guía y guardián de los muertos en su viaje al Mictlán (el inframundo).

Estos perros no eran solo la compañía ideal del último momento en los sistemas de creencias aztecas y mayas que rodean la muerte. En la vida cotidiana, estos antiguos chihuahuas eran amados como perros guardianes, protegiendo sus respectivas familias con integridad.

Un mito de origen de las montañas de Sierra Madre, incluso sostiene que el perro xolo se transformó en la «primera mujer» de la gente de la región.

–EL PERRO ANCIANO–
(Cuento tradicional náhuatl).

Un día, allá en Tetêzcaco, un perro viejo aullaba lastimeramente frente a la puerta de la casa mientras llovía, era tal su lloro que partía el alma, mientras sus amos roncaban al dormir.
En eso pasó un joven coyote, de muy grande fortaleza, de hermosa presencia con una cola esponjada y de buenos sentimientos. Le preguntó: -¿Xoloitzcuintli anciano, por qué estas tan triste? Se le oprime a uno el corazón con tu llanto.
Y el Xoloitzcuintli anciano respondió: -“El tiempo se me vino encima. Cuando era pequeño, los hijos de mi amo me cargaban, me abrazaban, conmigo jugaban y me besaban. Cuando crecí, me iba al campo con mi amo, cazaba conejos, ardillas, espantaba a las comadrejas, tuzas y serpientes, aquí en la casa yo cuidaba. Y ahora que ya he envejecido, cuando ya no veo, ya casi no oigo y mis patas ya no me ayudan. Y ahora cuando mis dientes se han caído y ya no puedo ser rápido…”
Llenándosele los ojos de lágrimas dijo: ¡Mi amo, ya no me quiere! Dice que apesto, me corre de la casa y me saca hasta la puerta. Ya no me regala mi tortilla. Cuando me da puntapiés, no me duele su pié al golpearme, más me duele lo que mal enseña a sus hijos, pues así le harán a él cuando envejezca.
-Y volvió a llorar de tristeza.
Cuando oyó esto el coyote,le respondió: “No te preocupes. ¿Recuerdas ese día cuando una coyota se llevaba una guajolota y tú le cerraste el paso y ella tanto te suplicó que no la mordieras porque sólo quería llevarles de comer a sus hijos? ¡Yo te miraba a lo lejos! Y tú, como buen animal, permitiste que nos llevara lo que comimos. ¡Esa coyota, era mi madre! Y ahora voy a pagarte esa buena acción tuya. –Escucha: mañana, cuando empiece oscurecer, vas a dejarme entrar hasta donde duermen los guajolotes, entonces cogeré del ala al guajolote más gordo y cuando ya esté a la puerta, empezarás a ladrar y en seguida te pasaré a dejar el animal; pasado mañana haremos lo mismo y verás, tu amo volverá a quererte”.
Tal era su desesperación, que ni siquiera pensó que podría ser engañado.
Al otro día al oscurecer, el Xoloitzcuintli viejo esperaba con ansiedad y, en verdad, dentro de la casa se escuchaba la plática, todo mundo reía cuando llegó el coyote y muy despacio, se fue metiendo hasta donde dormían los guajolotes, tomando entre las fauces al guajolote de escobeta más gordo, que por más que aleteaba, no era escuchado, ni cuando era arrastrado cerca de la puerta de entrada. Entonces el Xoloitzcuintli anciano empezó a ladrar con todas sus fuerzas.
El amo salió muy rápido y el coyote ya en la calle empezó a aullar. Al darse cuenta de lo sucedido el amo llamó: ¡Ven, amada esposa! ¡Hijos míos, denle comida a nuestro Xolo viejo, pues ya nos regaló este guajolote que se llevaba el coyote!
Cuando llegó el día siguiente se hizo lo mismo y, al Xoloitzcuintli viejo no volvió a faltarle qué comer.

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